A los Insomnes nos gusta que compartáis con nosotros vuestra pasión por las letras. En esta sección colgaremos todos los relatos que nos mandéis a nuestro email: escritoresinsomnes@gmail.com
Si quieres darte a conocer... ¡Anímate! ¡Envíanos tu relato!
PORQUE TUVE MIEDO
Porque
tuve miedo fui crisálida,
jamás tuve alas que abanicaran mi ego.
Porque tuve miedo fui blanda roca,
en frágil arena me mudaba el hielo.
Porque tuve miedo fui chaparro,
sin alta copa mecida por el viento.
Porque tuve miedo fui riachuelo,
mis aguas bajeles nunca conocieron.
Porque tuve miedo fui simple flor,
¿que amores gozosos mi esencia selló?
Porque tuve miedo fui negro lucero,
ninguna luz mi cárcel de hierro iluminó.
Porque tuve miedo fui planicie,
jamás águilas altivas surcaron mis
cielos.
Porque tuve miedo hui a las tinieblas,
¿para que quiero ahora estos ojos
ciegos?.
Porque tuve miedo no demostré mi amor,
que vida tan triste de ansiedad y
dolor.
Porque tuve miedo de mi propio miedo,
ando perdido, perdido en el tiempo.
Miedo, monstruo cruel y dañino,
la muerte enmudece si siente tu
aliento.
Autor: Rubén Rodríguez Corrochano
-------------------------------------------------------------------------------------
YO, EL TORO
Hueco angosto, oscuro,
olor humano,
ruidos extraños,
picotazo de avispa
tensión, expectación.
En un instante se hace la luz,
se abre el camino,
instinto de conservación,
como una exhalación
un torbellino negro zaíno
buscando la salvación.
Una, dos, tres vueltas
a este barranco infernal,
no hay salida, todo es igual
no hay principio, no hay final,
nada me es familiar.
Algo se mueve, vuela una rosa mariposa
que gira y gira mientras la persigo,
huidiza, esquiva, no lo consigo,
jadeo, lo vuelvo a intentar
más no puedo, no llego,
al poco se va.
Suenan
timbales, clarines y trompetas.
¿Dónde
queda la vacada, dónde los becerros
alegres
y despiertos, dónde la fina hierba
de esa
vaguada tan fresca y soleada?
De frente un jinete en un caballo extraño,
otra mariposa acude y me reclama,
acudo rápido, con ganas,
delante del caballo me encuentro,
y con la testuz me enfrento
a esta afrenta presto.
Un rayo me cruje
desde el morrillo hasta el rabo,
por más que empujo y empujo
al final huyo, ¡qué gano sino daño!.
Sin quererlo, tres veces choqué
con esa peña hecha caballo.
Malherido no quiero más castigo
y me distancio.
Suenan timbales,
clarines y trompetas.
¿Dónde
quedan las añoradas otoñadas, con las encinas
cansadas,
preñadas de bellotas,
cargadas
de promesas, sustento de tantos alientos?
Algo llama mi atención
confuso, perplejo ¿qué es eso?
Una mantis gigante me cita, se encara,
agita sus brazos, me busca,
viene al encuentro,
saltamos,
con el vacío me doy de bruces,
ella me alcanza y sus apéndices me clava.
El dolor me agita, me enrabia,
un mugido se escapa del alma.
Corro agitado, nervioso
este dolor del costado
son colmillos de lobo agarrado.
Más mantis salen de sus guaridas,
me acosan, danzan, me alcanzan
con sus brazos punzantes.
Tres pares de lobos al lomo llevo,
que se retuercen, me enloquecen.
La barranca se agita, los ecos no acaban
y se alargan,
se alargan.
Suenan timbales,
clarines y trompetas.
¿Dónde
queda la gallardía de nuestros torneos
por ser
el más valiente y bravo amante engendrando
la
mejor simiente que con orgullo porte nuestro linaje?
Un hombre estirado, de andar lento, con cuidado,
vocea de cuando en vez, de vez en cuando,
me llama, se acerca despacio, a saltos.
Sin fuerza, sin aliento me defiendo,
con las defensas bajas sigo ese manto de
amapolas
que me hipnotiza, me atrapa,
que me marea, que le pierdo,
que me espera, que me cita.
Olor de hombre excitado
que se esconde, que me engaña, lo siento
en mis costados, mientras gira y gira, giramos.
El dolor es inmenso, ¿cuándo acabará este
infierno?
La roja mariposa se para, me acaricia el
rostro.
El gira y con el largo brazo de la muerte me
señala,
me apunta, me cita y se arroja en mi cara,
voy al encuentro, el vacío llega
y un dolor sordo y profundo atraviesa el
alma,
la vida huye, se escapa.
A tientas busco consuelo en las tablas,
sólo veo arena que se acerca y beso.
Suenan timbales,
clarines y trompetas.
Nerviosas
y alegres campanillas
mi
lamento oyeron y raudas acudieron,
me arrastran
a la vacada, con los becerros, con la fresca
hierba de la vaguada, a las felices
otoñadas,
con mis
hembras valientes y bravas
que a
muerte defienden su casta.
Autor: Rubén Rodríguez Corrochano
-------------------------------------------------------------------------
FLORES EN EL MAR
Rondaba el
mediodía cuando llegó al primero de los aparcamientos de la cala. Estaba en
pleno mayo, por lo que todo rastro de las masas turísticas veraniegas había
quedado reducido a eso, a los meses en los que el calor abrasaba la piel de los
bañistas y era imposible encontrar un buen sitio en primera línea de playa a
menos que te levantaras a las siete de la mañana. Ese día no había nada de
aquello; solo estaba ella, ella y el mar, como siempre habían estado, como
siempre le había gustado.
Aunque la joven
sabía orientarse sin problema para llegar a la cueva, no le importó caminar
varios metros de más por la larga ruta secundaria; aquellas vistas que tanto
tiempo llevaba sin contemplar merecían la pena. El terreno estaba llano bajo
sus pies, lo cual agradeció profundamente, pues, aunque iba bien preparada, su
equipo de submarinismo y demás utensilios para el trabajo de campo comenzaban a
pesar a su espalda. El viento se había cargado de humedad y sabor a sal desde
el primer momento en el que había entrado en la localidad del Poble Nou de
Benitatxell, pero en aquel momento la sensación se le hizo más intensa.
Le costó una media
hora llegar a la falla del Riu Blanc (también llamada falla del Morag). Cuando
estuvo en el punto más alto, desde donde se podía contemplar la playa y la
enorme extensión de agua que era el mar, suspiró contenta. La falla era una espectacular pared rocosa de aspecto estriado, casi
vertical. Entre la barandilla y la pared podía
observarse al fondo la laguna de salida del Riu Blanc, un riachuelo de agua
dulce salinizada por la acción del mar, de aguas tan cristalinas que hacían
imposible determinar dónde terminaba el mar y dónde empezaba el cielo.
Para la chica, que lo había admirado miles
de veces, le resultaba un espacio fascinante observar la falla y la cala del
Moraig desde arriba, pero sabía que después de visitar esta ancestral formación
geológica aún quedaba lo mejor. Como no quería llegar en concreto a la cala,
tomó el descenso que quedaba a su derecha.
Tras un buen rato caminando, se encontró
frente a la entrada de la Cova dels Arcs, la que sería su refugio durante los
meses que durara la realización de su cuaderno de campo. Quizá lo más
impresionante de la cueva era como el mar había ido horadando aquellas rocas
dando lugar a una estancia de singular belleza compuesta por tres arcos. El
principal, que era por donde se accedía; y los dos secundarios, que estaban de
frente al acceso y daban al mar, permitiendo inundaciones cuando subía la
marea.
Cargada como estaba con su equipo, no era
recomendable que se internara mucho en las rocas más cercanas al agua, que eran
de lo más resbaladizas, por lo que montó su improvisado campamento en una de
las elevaciones superiores, ya que permanecían relativamente secas y evitarían
que su material se dañara. La cala y la cueva se encontraban tan solo a quinientos
metros de distancia, así que podría ir y venir cuando quisiera sin problema,
tanto a pie como nadando.
El atardecer caía cuando la joven terminó
de organizar su área de trabajo para los próximos dos o tres meses. Por fin, Luna
Amat se sentía en casa.
Luna había vivido toda su vida en el
pueblo costero de Calpe, famoso por sus playas y yacimientos romanos. Desde muy
pequeña, sus padres la habían acostumbrado a pasar los veranos en Benitatxell,
ya que no creían conveniente llevar a una playa tan masificada como la de Calpe
a una niña de cuatro años, por lo que se decantaron por la cala del Moraig,
lugar más tranquilo y apacible. Cuando
creció, la tradición de acudir a la cala se mantenía igual de viva o más que el
primer día. Pero, por un inesperado devenir de los acontecimientos, Luna tuvo
que abandonar su amado Mediterráneo y cambiarlo por las frías aguas del mar
Céltico: se había ido a estudiar a Gales.
Aun así, no todo fue malo en aquel viaje,
pues en Gales descubrió que había muchas formas de ayudar y de estar en
contacto con el mar. Uno de sus compañeros de la universidad le contó que
pertenecía a una asociación que se dedicaba a trabajar para limpiar los océanos
y que estaban buscando gente joven dispuesta a echar una mano. Luna no se lo
pensó ni un segundo y cuando se le presentó la oportunidad, se lanzó de cabeza.
La asociación se llamaba “Think In Oceans”, y, al ver el entusiasmo y las ganas
de la chica, no dudaron en admitirla. Luna se acostumbró rápido al ritmo de trabajo;
siempre había sido organizada, por lo que no le costó compaginar ambas tareas.
Al principio no participaba activamente,
solo recopilaba información sobre diversos problemas medioambientales y trataba
de buscar soluciones factibles para llevar a cabo. Con el paso de las semanas,
el jefe de la asociación, Dennis Sheterman, se fijó en ella, y un buen día le
preguntó si estaba dispuesta a acompañarles en una partida para rescatar a una
tortuga que llevaba días enredada en una masa de plásticos. La chica aceptó de
inmediato y la misión fue todo un éxito. A partir de ese momento, Luna siguió
realizando salidas con sus compañeros y era mucho más consciente de todo el
daño que se podía evitar a la naturaleza si la gente estuviera algo más
concienciada.
Pasó un año y Amat regresó a España, pero
no lo hizo sola: tenía una misión por cumplir. Se había dado cuenta de que el
número de peces que nadaban en aguas mediterráneas había mermado
considerablemente en los últimos meses. Por ello, cuando le comentó esta
situación a su superior, este no dudó en que sería una buena ocasión para que
Luna pusiera a prueba todo lo aprendido.
Y allí estaba ella, una joven de apenas
veinticuatro años, con el pelo castaño cayéndole sobre los hombros y unos
claros ojos azul aguamarina, uno de ellos rodeado por pequeñas pecas que
salpicaban el lado izquierdo de su rostro, dispuesta a luchar por lo que más
quería.
No hizo mucho más el resto del día. Cenó
algo de comida que llevaba preparada y encendió una pequeña fogata para
calentarse; se metió en su saco de dormir y se cubrió con algunas mantas. Luna
ya estaba dormida cuando el suave brillo de las estrellas se reflejaba en las
hondas y oscuras aguas del Mediterráneo. A la mañana siguiente, se despertó
cuando las primeras luces empezaban a despuntar por el horizonte. Se embozó en
su traje de neopreno para hacer submarinismo y se lanzó al mar. Una fría pero
agradable sensación la recibió. El agua la rodeaba por completo, encerrándola
en un abrazo de quien ha estado esperando la llegada de un ser querido que
llevaba tiempo sin ver. La chica nadó hasta la orilla de la cala del Moraig y
salió del agua sin dificultades.
La cala del Moraig era una playa formada
exclusivamente por rocas, a excepción de la linde del mar con la tierra, donde
había un poco de arena acumulada. Luna comenzó a caminar por la playa para ver
si encontraba indicios de algún vertido u otra sustancia que fuera la causante
de la muerte de los peces, pero solo encontró plásticos. Plásticos y más
plásticos que la gente tiraba sin pensar en las consecuencias que causaban en
el medioambiente.
Cuando ya llevaba un rato andando, vio un
bulto de gran tamaño tirado en la arena no muy lejos de ella. ¿Qué era aquello?
Se acercó con rapidez por si era algún animal herido y cuando estuvo a pocos
metros del objeto se dio cuenta de que ¡Era una chica! La joven estaba tendida
sobre las rocas, con medio cuerpo en el agua y el otro medio en tierra. Estaba
muy pálida y semidesnuda, su largo pelo negro le caía de forma rebelde y
desordenada por debajo los hombros, cubriendo también su pecho.
En cuanto la chica la vio, abrió mucho los
ojos, pero solo durante unos segundos, pues todo su cuerpo comenzó a
convulsionarse con fuerza y empezó a toser. Luna retrocedió, asustada. La
extraña intentaba llevarse las manos al cuello desesperadamente, como si quisiera
informar a Luna de que algo no iba bien. Lo comprendió de pronto: se estaba
ahogando.
Había salvado a otras personas ahogadas y
sabía cómo actuar. Se colocó de rodillas detrás de la extraña, alzándola por
las axilas permitiendo que se sentara. Luna rodeó su delgada cintura mientras
la joven no paraba de toser. Cerró una de sus manos en un puño y presionó
contra su abdomen en rápidas compresiones. Lo normal era que el ahogado no
tardara más de cinco golpes en expulsar el objeto, pero en este caso parecían
hacer falta unos cuantos más. Luna no se rindió y siguió golpeando a la
desconocida.
Tras unos minutos de incertidumbre la tos
cesó y la chica del pelo negro expulsó un trozo de plástico que cayó a los pies
de Luna. Esta hizo una mueca, asqueada. ¿Cómo era posible que alguien se
tragara un plástico al nadar?
−¿Estás bien? −dijo Luna con toda su buena
voluntad.
A la desconocida le tomó unos segundos
responder, parecía perdida y desorientada cual náufrago en una isla.
−Eh, sí, sí. Gracias. −Su voz sonaba áspera,
pero tenía cierto tono musical y encandilador. Luna atisbó un toque de agradecimiento
tras ella.
−¿Qué te ha pasado? ¿Cómo es que te has
tragado ese plástico?
−Oh, no es nada de verdad. Lo siento,
tengo que irme. −Iba a volver al agua cuando Luna la retuvo por la muñeca.
Había algo en aquella chica que la atraía de manera especial. Necesitaba saber
qué era. Su piel tenía una textura similar a la de los peces y estaba fría y
pegajosa. La extraña bajó la mirada al punto donde ambas se tocaban y apartó la
mano con brusquedad.
−¡Espera! No puedes irte así como así. No
tienes buen aspecto, ¿por qué no me acompañas a mi cueva y descansas un rato?
Además, si tanta prisa tienes, ¿por qué no sales del agua? ¿No puedes caminar?
Luna iba a seguir haciendo sugerencias
para que la chica la acompañara hasta su guarida, cuando algo se movió en el
agua. Sonó un chapoteo y varias escamas brillaron a la luz del Sol. Fue un
movimiento rápido, pero pudo verlo en el momento exacto. En el lugar donde se
suponía que debían estar las piernas de la extraña, una gran cola de pez de
color turquesa había resplandecido bajo el efecto del astro rey. Luna abrió la
boca ligeramente y miró primero a la desconocida −la cual había apartado la
mirada, avergonzada− y después al punto donde había asomado la aleta.
−¿Eres… eres una sirena? −preguntó, entre
fascinada y aterrorizada.
Tan solo un suspiro cansado fue lo que
obtuvo como respuesta.
−¿Cómo has llegado hasta aquí? −A Luna
Amat le gustaba mucho hacer preguntas.
−Eres más pesada que un tiburón en brazos,
¿lo sabías? −replicó la sirena, malhumorada. −Como deduzco que no te marcharás
hasta que lo cuente, te lo diré. Sí, soy una sirena, ¿contenta? −Un nuevo
chapoteo de su cola confirmó sus palabras−. Me llamo Asherah y he estado
viajando por el Mediterráneo desde hace meses en busca de alimento, pero todos
los peces que encontraba por el camino estaban contaminados.
−Entonces, ¿tú eres la que has estado
matando a los peces todo este tiempo?
−¿Qué? ¡No! Deberías preguntar a tus queridos
compatriotas, ellos son los que vierten petróleo al mar y lo contaminan con
plásticos como el que tenía en mi garganta minutos antes. Esos vertidos y
residuos no solo afectan a los peces, también al resto de criaturas marinas,
como a mi pueblo. −Un brillo de tristeza asomó en sus profundos ojos azules−.
Soy la única superviviente a la masacre que los de tu raza llevan haciendo a
los míos desde hace siglos, y si no hacéis algo, yo también moriré. No de la
misma manera que lo hicieron algunas de mis hermanas, sino consumida por los
tóxicos que se van apoderando de mi cuerpo.
Un tenso silencio reinó entre ambas por
unos minutos; Asherah no parecía querer seguir hablando y Luna se encontraba
meditabunda, intentando asimilar su nuevo descubrimiento y tratando de
encontrar una solución.
−Y si… −dijo de pronto−, ¿vienes a mi
cueva conmigo? −A Luna parecía habérsele pasado la impresión inicial y deseaba
conocer más a la sirena. Asherah puso los ojos en blanco−. No, no, esta vez lo
digo en serio. Mira, si lo que me has contado es cierto, yo dispongo de algunos
medios para poder limpiar tu cuerpo de todos esos químicos. Si accedes, yo te
ayudaré, pero a cambio, tú me echarás una mano limpiando la cala y sus aguas,
¿de acuerdo? −le tendió la mano como símbolo de que ella estaba dispuesta a
hacer un trato.
Tras mucho pensarlo, Asherah accedió. Luna
le dedicó una gran sonrisa.
Las dos chicas llegaron a la Cova dels
Arcs de la misma manera en la que su nueva inquilina lo había hecho esa mañana:
nadando. Asherah no podía pasar demasiado tiempo fuera del agua, por lo que se
quedó en las rocas más cercanas a esta mientras que su compañera preparaba su
equipo para iniciar la limpieza. Limpiar el petróleo del mar era mucho más
fácil que quitárselo al alguien del cuerpo, pero Luna intentó hacerlo lo mejor
que pudo.
Entre sus suministros de supervivencia
había un pequeño tanque de agua potable, del cuál tuvo que sacrificar la mitad
para rociar a la sirena. Líquidos de todos los colores resbalaban por su esbelto
cuerpo y brillante cola y Luna se apresuraba a recoger una muestra de todos los
que le fueran posible para estudiarlos más adelante.
Cuando Asherah estuvo lo más limpia que
pudo, su amiga le tendió varios paños y bayetas para que se secara.
−¿Mejor? −preguntó Luna mientras terminaba
de limpiarla haciendo surcos con una toalla en su espalda.
−Sí, supongo. Aunque los daños internos
son irreparables, ya me siento un poco mejor.
−Supongo que por “daños internos” te
referirás a los peces en mal estado que has ingerido durante tu travesía, ¿no
es así?
−Efectivamente. En todo este tiempo apenas
he encontrado alimento en condiciones. De vez en cuando algún pez que llevaba
mucho sin acercarse a un continente llegaba hasta mis manos, pero raras eran
las ocasiones en las que eso ocurría.
−¿Puedo preguntar qué puntos del
Mediterráneo has visitado? −se interesó Luna.
−Como te dije antes, soy la última de mi especie.
El pueblo sireno ha existido desde tiempos inmemoriales, y, como tal, hemos ido
evolucionando a vuestro lado. He viajado a todos los confines, he estado en
Cerdeña, las costas francesas, Turquía… He visto crecer civilizaciones enteras
para luego contemplarlas sucumbir bajo la mano de los mismos tiranos que las
levantaron; he admirado el florecer de la semilla del amor en el corazón de los
mortales, de todos los tipos de amor, tan solo para observar después como se
marchitaba y el dolor que deja a su paso; he sido testigo de cómo los de vuestra
raza matabais a los míos de las formas más crueles imaginables cuando nosotros
lo único que les dimos fue respeto y comprensión. Conozco más de los humanos de
lo que creéis conocer sobre vosotros mismos.
Las palabras de la sirena habían hecho
mella en la joven humana. Sus claros ojos azules se cristalizaron intentado
evitar las lágrimas. “Un ser tan bello no
merece tanto sufrimiento”, se dijo a sí misma.
−¿Y
tú? ¿Cómo has llegado hasta aquí? −Esta vez le tocó a Asherah preguntar sobre
el pasado de la investigadora.
Luna le contó sobre los veranos que pasaba
en Benitatxell cuando era pequeña, sobre el año que pasó en Gales y acerca de
la labor que hacían en “Think In Oceans”. También le relató cuál era su misión
en la cala y lo que pensaba hacer en el futuro. Sobre todo, le explicó acerca
de lo mucho que le gustaba el mar y de lo que sufría cada vez que alguien lo
dañaba. La sirena la escuchaba con la espalda apoyada en la pared de roca y los
ojos perdidos en el horizonte. La joven, al darse cuenta de que no parecía muy
interesada en su historia, se sentó con las piernas abrazadas al pecho, algo
dolida.
Pero lo que ninguna de las dos sabía era
que en sus mentes rondaba el mismo pensamiento: “Es curioso como, sin esperarlo y sin previo aviso, una persona llega a
tu vida y te rompe los esquemas. Todo aquello que creías verdad, queda reducido
a la nada”.
Los días pasaban veloces y algo monótonos
en la Cova dels Arcs. Asherah se recuperaba de las intoxicaciones gracias a los
cuidados de Luna y esta iba y venía a la cala constantemente. Ya que su nueva
amiga le había abierto los ojos respecto a su investigación, no podía
desaprovechar el tiempo que le habían concedido para la realización de su
cuaderno de campo. Así que decidió emplearlo en otras cosas.
De vez en cuando algún turista curioso se
acercaba a la playa, y en los días que hacía más calor, había gente que incluso
se atrevía a darse un chapuzón. Ella muchas veces les abordaba y les hacía una
pequeña encuesta sobre cuál era su opinión al respecto de la contaminación y la
situación actual de los océanos y mares del mundo. Los encuestados tenían
opiniones diversas, pero eso en vez de molestar a Luna, la alegraba, pues de
esa manera el resultado final de su estudio sería más interesante.
Cuando Asherah se encontró lista para
volver al mar y Luna le dio el visto bueno, pretendía irse de nuevo a recorrer
mundo:
−Eh, eh, eh. ¿Dónde vas tan rápido? −la
retuvo−. ¿Acaso no recuerdas que teníamos un trato? −Asherah se hizo la loca,
como si no recordara nada cuando en verdad lo único que quería era molestar a
Luna−. Oh, vamos ¿de verdad has olvidado que por salvarte la vida prometiste
echarme una mano con la retirada de plásticos y limpieza submarina?
−Vamos Luna, ¿no te das cuenta? ¿Crees que
es posible que limpiemos todo esto en un par de días? −Abrió mucho los brazos
señalando la vasta extensión que era el mar.
−¿Quién ha dicho que tenga que ser en un
par de días? A mí me coincidieron un período de dos meses y medio para mis
investigaciones personales.
−¿Y en serio piensas que no tengo nada
mejor que hacer que quedarme aquí contigo limpiando basura?
−Bueno, deberías hacerlo. −Cambió su
expresión a una más seria. El comentario de la sirena la había molestado y no
iba pretender que se saliera con la suya−. Primero, porque teníamos un trato y
segundo, porque si casi pierdes la vida cuando nos conocimos fue por un trozo
de plástico. Tenemos que hacer algo y yo no puedo hacerlo sola. ¿O acaso
quieres que vuelva a pasarte de nuevo, esta vez cuando no haya nadie cerca para
socorrerte?
Asherah le contestó con un bufido que
parecía decir “tampoco es que necesitara
tu ayuda aquel día” y le dio la espalda. Al final, tras mucho insistir,
acabó cediendo.
−De acuerdo. Si me das unos minutos para
que me ponga el traje de buceo y vaya a por el barco que tengo amarrado en la
costa, nos vamos.
Y así lo hizo.
Luna se vistió con su traje de buceo
negro, salió de la Cova, y al rato volvió montada en un pequeño velero que el
ayuntamiento de Benitatxell le había cedido para sus expediciones en alta mar.
Cargó el barco con todo su equipo: gafas, aletas, bombonas, guantes, redes y
algunas provisiones. Aquel día no hacía mucho viento, por lo que una suave
brisa las acompañó mientras navegaban.
Asherah iba bajo el agua, pegada a
estribor de la embarcación, pues Luna ya tenía suficiente con las miradas que
le echaban algunos bañistas, como para que vieran a una mujer nadando al lado
del barco.
Aunque tardaron un rato en llegar, como no
se metieron tanto en alta mar no les importó demasiado. Cuando encontraron el
lugar idóneo, la “capitana Amat”, como se había autodenominado a sí misma, echó
el ancla y se preparó para la inmersión. Se puso las gafas que le protegían los
ojos y la nariz y los guantes y se calzó las aletas, conectó la bombona de
oxígeno al tubo que iba en su boca y gracias al que podía respirar y se la
colocó a la espalda.
−¿Lista? −preguntó a su compañera cuando
ella ya estaba preparada para sumergirse. Asherah respondió con la cabeza.
Luna se sentó en la regala del velero y se
lanzó de espaldas al mar, que la recibió con los brazos abiertos. Al principio
le costó comunicarse con Asherah; ya que ella podía respirar perfectamente bajo
el agua y debían de expresarse con gestos. Además, al no haberse adentrado
tanto, tampoco podían llegar a mucha profundidad.
Como no encontraron muchos residuos cerca
de la superficie, decidieron descender más. Ya que era su primer día de
limpieza, marcaron el espacio que cubrirían por el momento: desde el barco,
hasta una roca del fondo en la que había plantitas submarinas.
Su sorpresa fue mayúscula cuando, entre la
arenilla y piedras del fondo marino, encontraron de todo: botellas de cristal y
vidrio, bolsas, anillos de paquetes de cerveza, un flotador pinchado, ¡y hasta
un televisor! Las dos jóvenes contemplaron la basura, sobrecogidas. Empezaron
recogiendo los desechos más pequeños; Asherah los cogía y Luna los iba
guardando en una gran bolsa de basura. También hicieron lo mismo con el
flotador, pero en el caso de la televisión fue la sirena la que se encargó de
subirla al barco para más tarde llevarla a un punto limpio.
Cuando ya llevaban una hora trabajando y
habían cubierto la mitad de la superficie acordada, Luna sintió que empezaba a
quedarse sin aire. Sabía que el depósito de oxígeno tenía una reserva de
seguridad estimada para los diez minutos máximo que podía costarle a un
submarinista llegar a la superficie.
Intentó comunicarle este mismo mensaje a
Asherah mediante gestos, pero, al ver que no lo comprendía del todo y que cada
vez le costaba más respirar, comenzó a dar brazadas hacia la superficie, en
busca de aire puro. Entonces, cuando apenas le faltaban unos metros para llegar
al exterior, la sirena acudió nadando hasta ponerse frente a ella.
A partir de ese momento, todo sucedió muy
rápido: Asherah la había rodeado de la cintura con un brazo, y, con el otro,
haciendo gala de su fuerza sobrehumana (aunque tampoco hacía falta mucha para lo
que pretendía hacer), retiró de la boca de Luna el tubo que la mantenía conectada
a su suministro de oxígeno.
Antes de que se diera cuenta, Asherah
había presionado sus labios junto los de la joven humana a la par que la
envolvía en un abrazo. Su largo pelo negro flotaba entre ambas. Cuando sintió
que Luna empezaba a quedarse, esta vez de verdad, sin aire, Asherah tiró de
ella hacia arriba sin despegarla de su boca ni de su cuerpo; únicamente cuando
tuvieron el cielo sobre sus cabezas le dio espacio para llenar los pulmones.
Tan solo había unos cuantos centímetros de
distancia entre ellas. Luna notaba las mejillas arder y le costaba respirar.
Pasado el susto inicial, la chica comenzó a tomar constancia de lo que acababa
de pasar, subió un brazo hasta sus labios y los palpó con timidez, como si
pretendiera asegurarse de que hace apenas unos instantes habían estado rozando
los de la sirena y seguían manteniendo su calor. Asherah lucía una sonrisa
culpable.
Tras unos minutos de silencio, Luna se
atrevió a hablar por fin:
−¿Por
qué… por qué lo has hecho? ¿Por qué me has besado? −Lo dijo muy bajito y con
timidez, como una niña pequeña cuando pide disculpas ante sus padres y espera
una reprimenda por su parte. En especial la última palabra, a la que acompañó
con un ligero temblor.
−Bueno, tras mucho meditar sobre los
gestos que me hacías acabé comprendiendo lo que quería decirme y, temiendo que
fuera demasiado tarde y te quedaras sin oxígeno antes de llegar arriba, fui a
socorrerte. Y ya sabes lo que pasó después…
−No… no te creo.
Estas palabras sorprendieron mucho a
Asherah, que ladeó la cabeza intentando no mirar a la joven. Tan solo para
después devolverla a su posición inicial, gesto que repetía mucho cuando estaba
ofendida o no sabía que responder. Suspiró largo rato antes de atreverse a
contestar.
−Supongo que mereces la verdad. Verás,
como ya te he contado, los humanos han maltratado a los de mi especie durante
siglos, ¡qué digo, milenios! Y yo estoy acostumbrada a sentir odio y aprensión
hacia ellos, no solo por lo que me contaban mis antecesores, sino por lo que yo
veía en su conducta cuando me acercaba a las orillas. Ante mis ojos aparecían hombres
y mujeres de carácter frío y desalmado, o, los que parecían tener un buen
corazón y trataban a sus congéneres con afecto, al final resultaban ser igual o
más despiadados que los primeros…
−Pero Asherah, no todos somos así. En el
mundo hay mucha más gente buena que mala, y ya sé que a veces es difícil
prestarle atención a lo positivo, pero si no lo hiciéramos, nuestra vida no
tendría sentido. Además… −su interlocutora le cortó.
−Por eso mismo lo digo, tú has sido la
primera que me ha demostrado verdadero cariño y te has preocupado por mí.
Luna había mantenido la mirada fija en los
ojos de Asherah, tenían el color del mar embravecido. Pero en aquel momento
supo que no podía aguantar más tiempo contemplándolos, sentía que no los
merecía. Bajó la cabeza, avergonzada.
Lo que encontró más abajo, no hizo sino
que esa sensación aumentara: hasta entonces no le había prestado atención, de
hecho, se lo tomaba como algo tan natural que no la molestaba para nada, pero
que en ese preciso instante el agua difuminara la imagen del cuerpo mitad-pez
mitad-humano de Asherah le pareció la más fatídica de las casualidades.
Esta se dio cuenta del detalle y soltó una
risita, mas al ver el torbellino de emociones que se estaba produciendo en el
interior de la chica, decidió ayudarla tomándole de la barbilla y alzándole la
cara con delicadeza.
Esta vez, cuando sus ojos se encontraron
de nuevo, los de la sirena reflejaban para Luna todo el apoyo que pudiera
necesitar y los de la humana expresaban el miedo que supone confesarse al
primer amor. Quizá fue esa misma sensación la que envalentó a Luna para que se
impulsara con los pies bajo el agua. Quizá fue esa la razón por la que,
segundos después, había posado una de sus manos sobre la mejilla de Asherah y
acortado la distancia entre ellas para besarla con ternura.
Ella le había devuelto el beso; un beso
cargado de sentimientos y de emociones guardadas bajo llave durante los días
que habían compartido y que ahora salían a flote, un beso en el que se
sinceraban sin roces de por medio. Porque, a fin de cuentas, el amor no
entiende de sexos, razas ni especies.
El Sol comenzaba a ponerse sobre el mar,
recortando las figuras de dos mujeres abrazadas al lado de un velero.
Tras ese momento íntimo, continuaron con
la limpieza durante un rato, más unidas que nunca. Aunque no terminaron del
todo la tarea, decidieron parar antes de lo previsto, pues consideraban que ya
habían trabajado bastante por aquel día y lo único que deseaban era entregarse
la una a la otra.
La capitana Amat montó de nuevo en su
barco y pusieron rumbo de vuelta a la Cala del Moraig. Allí atracó el velero en
el mismo lugar donde lo había encontrado y acompañó nadando a Asherah hasta un rincón
escondido en la otra punta de la cala.
A aquellas horas apenas quedaba gente en
la playa, aun así, la roca quedaba cubierta por los acantilados y alejada de
miradas indiscretas para que nadie se diera cuenta de que la cola azul plateado
de una sirena chapoteaba mientras su dueña se sentaba en el saliente. A su
lado, Luna también se había acomodado y las dos estaban cogidas de la mano
contemplando como el atardecer pintaba el cielo con sus colores rosas,
amarillos y naranjas.
Estuvieron un rato sin decir una palabra,
pero no era un silencio incómodo, sino más bien el silencio que reina entre dos
personas cuando están tan a gusto en una situación, que no se quiere decir nada
para romper el momento. Cuando la noche comenzaba a engullir al día y el cielo se
tornaba oscuro, Asherah, con la cabeza apoyada en el hombro de Luna, susurró:
−¿Sabes lo que sería una buena idea?
−Dime −dijo Luna girando con cuidado la
cabeza para mirarla.
Asherah se enderezó sobre la piedra, como
si fuera a tratar un asunto muy importante.
−Que la gente, en vez de tirar basura,
lanzara flores al mar, como si fuera un gran estanque de nenúfares. ¡Oye! ¡No
te rías que lo digo en serio! −A la joven investigadora el comentario le había
sacado una sonrisa y no pudo evitar reírse cuando vio lo mucho que molestaba a su
novia, acto por el cual se ganó un suave golpe en el hombro.
Para aclarar que no le parecía una
estupidez y que era una idea perfecta, le dio un tierno beso a Asherah en la
mejilla.
Cuatro meses después, Luna dirigía un
pequeño proyecto de limpieza de las costas alicantinas y sus aguas. Había
descubierto que mucha otra gente también estaba preocupada por la situación y
organizaba patrullas de recogida de basuras cada semana. Y así, con el paso del
tiempo, alquiló una casita en la misma Cala del Moraig para estar siempre cerca
de las dos cosas que más amaba: Asherah y el mar.
Autor: Jimena González Gimena
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario